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Cómo escaparse de la trampa de las excusas

Los pretextos pueden ser una forma de mostrar respeto, pero en exceso agotan la confianza. Algunas excusas nos sirven de escudo para no afrontar los miedos.

Las excusas son las razones con las que justificamos comportamientos, fallos o errores. Socialmente adquieren una connotación negativa por el hecho de contener usualmente engaños o medias verdades. Ya lo cantaba Joaquín Sabina: "Me falta una verdad, me sobran cien excusas".

Pero una excusa también puede nacer fruto del arrepentimiento sincero, y ser, como tal, prueba de sabia humildad. Con estas justificaciones nos disculpamos u ofrecemos nuestras razones, tomando así consciencia de nuestros errores y excusándonos por el daño que hayamos podido causar.

La relación que cada uno mantiene con las excusas es totalmente personal y fluctúa según el momento vital en que se halle. Igual de cambiantes resultan el uso y la aceptación de las excusas en función del contexto familiar, social y cultural: qué está bien visto y qué no, qué se espera de nosotros en el trabajo, con los nuestros...

Pero básicamente en lo que todos coincidimos, en lo que a excusas se refiere, es en haber sido a la vez víctimas y verdugos de sus trampas, tanto si hemos recurrido a ellas con alevosía como si nos hemos sentido estafados cuando alguien las utilizaba con nosotros.

LA INTENCIÓN POSITIVA DE LAS EXCUSAS

Esa necesidad de supervivencia explica el éxito de algunos manuales y recopilaciones del tipo: "Las 100 excusas que necesitas para librarte de todo" o "Cómo crear una buena excusa adecuada a cada situación". Las justificaciones están vinculadas a la socialización, a la necesidad de ser reconocidos y amados.

Lo bueno de lo malo, si es que hubiera perjuicio en esas excusas, es que detrás de ellas casi siempre subyace un buen fin: pedimos o damos excusas para sentirnos mejor, cuidarnos, hacernos perdonar o protegernos de algo. Y lo malo de lo bueno es que el pretexto, que en principio nos alivia, puede también con su abuso convertirse en motivo de malestar.

Esto ocurre cuando acabamos aceptando como verdades lo que en realidad no son más que pretextos que lo que hacen es alejarnos de aquello que pretendemos. Se suele decir que los viejos hábitos son difíciles de erradicar, pero si logramos conectarnos con el poder y el efecto de los avances que deseamos quizá lo podamos conseguir.

Una persona que tiende a justificarse en exceso probablemente acabará causando irritación en el otro.

Con cada excusa de más, su confianza y la nuestra disminuyen. Si además los eximentes a los que se recurre son deshonestos, tarde o temprano el otro advertirá el engaño.

PONERNOS EXCUSAS A NOSOTROS MISMOS

Todos en algún momento de la vida nos enfrentamos a situaciones que suponen un desafío. Frente a estos retos, o incluso frente a la responsabilidad cotidiana de defender nuestras creencias, deseos o necesidades, podemos dudar de nuestra capacidad y valor. Y es ahí cuando empezamos a buscar justificaciones de por qué no podemos afrontarlos.

Las excusas que se da alguien a sí mismo surgen a menudo de su propio miedo a fracasar. Se posterga la acción o se elude la responsabilidad por temor al riesgo o a no estar a la altura, o por no tener la convicción de que el esfuerzo rendirá los resultados apetecidos.

La mente brinda todo tipo de explicaciones lógicas que justifican aquello que no podemos alcanzar y que no tardamos en aceptar como ciertas, pues a nadie se engaña tan bien como a uno mismo. Asociamos a ellas nuestras frustraciones del pasado, centrándonos en evitar el fracaso y con ello el dolor, y recordándonos que no somos tan buenos como quisiéramos.

Las excusas se yerguen así como un bálsamo frente al dolor que, pese a reconfortarnos en lo inmediato, nos debilita en nuestra carrera de fondo. Y es que, como escribió Fernando Pessoa: "Las derrotas más dolorosas son las de las batallas evitadas", de manera que lo que parecía ser la solución se convierte en el problema.

Pero, ¿qué pasaría si en vez de permanecer estancados decidiéramos empezar a dar pequeños pasos hacia nuestro destino? Incluso aunque alguna molesta voz interna nos reproche la osadía y nos empuje a no hacer nada.

ENFRÉNTATE A LAS EXCUSAS: ¿TE ATREVES?

Debemos animar a las personas a equivocarse, a probar las cosas antes de dominarlas, pues, como decía Shakespeare: «El buen juicio es resultado de la experiencia, y esta es, a menudo, resultado del mal juicio». Eso es lo que hacen precisamente las excusas: negarnos la posibilidad de experimentar.

Un buen ejercicio consiste en revisar cuáles son nuestras excusas más recurrentes para valorar, acto seguido, si nos están apartando de algo o de alguien, o bien si nos impiden pensar en algo o invertir nuestras energías en obtener mayores logros, como ser mejores padres, compañeros, emprendedores o cualquier otra cosa que pretendamos.

Y si llegamos a la conclusión de que alguno de esos pretextos nos está perjudicando o nos impide hacer algo beneficioso para nosotros, entonces quizá sea el momento de afrontar los temores que se enmascaran detrás de ellos.

¿Qué tal si nos entrenamos a equivocarnos cada vez mejor? Sin grandes ambiciones, sabiendo que así aprenderemos a "cómo hacer" y, otras veces, a "cómo no hacer", y que quizás encontremos la manera de excusarnos con honestidad y dignidad cuando nos equivocamos, puesto que cometer errores nos enriquece y nos hace estar vivos.

Anna Freud comparaba la existencia con una partida de ajedrez: "Las primeras jugadas son importantes, pero hasta que la partida no se termina quedan algunos hermosos movimientos por hacer". ¿Y si admitimos nuestras debilidades y dejamos de negarlas como si nada ocurriese?

Nuestro deseo es que las excusas nos sirvan para hacernos más libres, no para entorpecernos la vida.

CUANDO EXCUSARSE YA NO ES ÚTIL...

Si excusarse a menudo buscando aceptación no rinde los resultados apetecidos, conviene hacer cosas diferentes.

DEJA DE DEFENDERTE Y DE JUSTIFICARTE SI ESO NO FUNCIONA.

Muchas personas se sienten acosadas y, sin embargo, intentan ser reconocidas sin éxito. Agradece las críticas sin tomarlas como algo personal, especialmente si son cuestionamientos sinceros.

ACEPTA QUE NO SIEMPRE SE PUEDE SER EL "BUENO" DE LA PELÍCULA

Puede que los demás te otorguen otro papel y que no puedas hacer nada para cambiarlo. En ocasiones, hay que aceptar que la percepción de los demás no depende de uno mismo.

Esto ocurre, por ejemplo, en situaciones de desencuentro, competición o tras una ruptura amorosa. No se puede pretender dejar una relación de pareja y que todos nos vean con buenos ojos.

APRENDE A PRACTICAR EL "NO" SI NO SE TE DA BIEN

Prueba a poner pequeños límites y observa si realmente dejan de "quererte" por ello. Empieza poco a poco y así desarrollarás esta nueva habilidad.

SI TE SIENTES CULPABLE, PERMÍTETE EXPERIMENTAR LA "CULPA BUENA"

Se trata de un sentimiento habitual que surge cuando dejas de hacer algo que antes hacías para que te miraran bien. Y tiene una razón de ser positiva que te permite crecer a ti y al otro.

Dejar que un hijo cometa un error para que aprenda algo experimentándolo, o claudicar en una relación de pareja agotada son ejemplos habituales de "culpa buena".

RECONOCE A LOS DEMÁS

Recuerda que es imposible obtener el reconocimiento del otro sin darlo. Eckhart Tolle dice: "Invita al otro tal como es, invítate a ti mismo tal como eres".

Observa que, curiosamente, el otro cambia cuando tú dejas de mantener tus viejas respuestas.

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