Atrévete a ser tú
¿Por qué nos cuesta tanto ser felices?
Prácticamente todos nuestros problemas se originan en las relaciones interpersonales. La única manera de no tener problemas sería, por lo tanto, “estar solo en el universo”. Como eso no es posible, hay que aprender a entenderse con los demás y, no menos importante, a entenderse con uno mismo.
Eso pasa por ser quienes somos, en lugar de tratar de emular a otros o de tratar de ser distintos para gustar a los demás.
Ser o actuar de determinada manera para obtener el cariño o reconocimiento de los demás nos convierte en esclavos de los otros, a la vez que abonamos el terreno para toda clase de fracasos y decepciones. Pues lo cierto es que, por mucho que hagamos, nunca lograremos gustar a todo el mundo.
Esto lo explica muy bien John Gardner en un poema sobre lo que se aprende en la madurez:
“Se aprende que el mundo adora el talento, pero recompensa el carácter.
Se comprende que la mayoría de la gente no está ni a favor ni en contra de nosotros, sino que está absorta en sí misma.
Se aprende, en fin, que por grande que sea nuestro empeño en agradar a los demás, siempre habrá personas que no nos quieran”.
Se comprende que la mayoría de la gente no está ni a favor ni en contra de nosotros, sino que está absorta en sí misma.
Se aprende, en fin, que por grande que sea nuestro empeño en agradar a los demás, siempre habrá personas que no nos quieran”.
Permítete no encajar
Solo si nos damos permiso para actuar al margen de lo que se espera de nosotros nos sentiremos realmente libres. Para ser verdaderamente libres, debemos darnos el permiso de caer mal a algunas personas.
Educados para agradar en cualquier entorno social, esto puede resultarnos chocante en un principio. Desde niños buscamos la aprobación de nuestros padres, de nuestros maestros y profesores. Luego aspiramos a gustar a la pareja elegida. Nos esforzamos por ser aceptados y reconocidos en el trabajo…
Sin embargo, ¿qué sucede cuando nuestro carácter, prioridades o ideas no encajan con las de alguien? Por mucho que nos empeñemos, no lograremos obtener su favor. Al contrario, cuando alguien ha decidido “ponernos la cruz”, cualquier esfuerzo que hagamos solo logrará aumentar su aversión.
La gente no está ni a favor ni en contra de nosotros: va a lo suyo.
Resulta mucho más rentable y práctico asumir que no podemos gustar a todo el mundo, y centrar nuestras energías en las personas que sí nos comprenden y aprecian.
No te eches encima el peso ajeno
Incluso con estas últimas hay que ser cuidadosos, ya que, a veces, por querer tener contentos a nuestros seres queridos, llegamos a ocuparnos de tareas que no nos corresponden.
Ichiro Kishimi lo explica así: “Invadir las tareas ajenas y asumir las tareas de otros convierte la vida de uno en algo muy pesado y
lleno de dificultades. Si llevas una vida de preocupación y sufrimiento
(…), lo primero que debes hacer es aprender a poner el límite de ‘a
partir de aquí ya no es tarea mía’. Y, a continuación, desvincularte de
las tareas de los demás. Ese es el primer paso para aligerar la carga y
simplificar la vida”.
Tal vez la primera vez que pongas límites te sentirás extraño y notarás sorpresa en los demás, pero es una inversión que, a la larga, te procurará relaciones más sólidas y duraderas con las personas que realmente te aman por lo que eres, no por lo que puedes dar.
Deja de compararte
La comparación sería uno de los grandes enemigos de la felicidad, “no se puede ser otra persona”. Además, tendemos a compararnos con los de arriba, lo cual nos lleva a la frustración.
“Lo importante no es con qué nacemos, sino qué hacemos con ello”
“No hay que confundir ser distinto con ser mejor o peor, o superior o inferior”.
En definitiva, la clave para sentirnos libres y establecer relaciones sanas es la de comprender que cada uno tiene su espacio y sus particularidades, que estas no tienen por qué encajar con las de los demás, y aceptar las nuestras y las de los otros con el mismo respeto.
Comentarios
Publicar un comentario