No podemos eliminar los peligros inherentes al hecho de vivir, pero sí aumentar nuestra tolerancia frente a la incertidumbre: los problemas serán más llevaderos.

Cuando nuestro espíritu se inquieta, nuestra visión del mundo aparece dominada por la anticipación y la focalización de la atención.
No vivimos el presente sino el futuro: anticipamos, y lo hacemos de forma negativa. ¿Tenemos que irnos de vacaciones? Pensamos en los atascos, en los robos, en las fugas de agua o en los incendios en nuestra ausencia…
A ello se añade la focalización de la atención: solo se concentra en lo que le preocupa, todo lo demás deja de existir. Es lo que se llama las rumiaciones: pensamientos estériles, circulares y que recorren todas las inquietudes que habitan nuestra vida (o que podrían habitarla un día).
El problema es que, cuando estamos inquietos, esas rumiaciones nos parecen verdaderas y legítimas. Si alguien nos dice que no nos preocupemos tanto, nos lo tomamos a mal: nos parece que los demás no se dan cuenta, no son lúcidos. Pero en realidad somos nosotros los que estamos ciegos y permanecemos atrapados en el anzuelo de la inquietud.
¿SIRVE DE ALGO PONERSE NERVIOSO?
En un principio, la inquietud es una función psicológica útil que nos ayuda a estar alerta. Un animal inquieto vigila de dónde viene un ruido inhabitual, se pregunta qué hay detrás de ese matorral que se mueve… así aumentan sus posibilidades de sobrevivir en un entorno hostil. Sin embargo, inquietarse demasiado en entornos que no son adversos es, siempre, una fuente de sufrimiento.
Muchas veces no ha servido para nada inquietarnos: porque el peligro no existía; porque no era tan terrible o, sencillamente, porque a fin de cuentas nuestra inquietud no ha cambiado el desarrollo de los acontecimientos.
Pero, entonces, ¿por qué duran, por qué se repiten continuamente estos pensamientos? ¿Por qué no sacamos provecho de las lecciones de la vida? Existen muchas respuestas a esas preguntas, pero la principal es que la inquietud es como la adhesión a una fe.
ENTENDER LA ANSIEDAD
Para comprender la inquietud, debemos conocer su credo. Esta es la santísima trinidad de los ansiosos:
El mundo está lleno de peligros y de amenazas.
Soy frágil, y aquellos a los que amo son también frágiles.
Se puede sobrevivir (o aumentar las posibilidades de supervivencia) con la única condición de tomar todas las precauciones adecuadas, y no hacerlo es de inconscientes.
Por supuesto, las bases de este credo no son absurdas y comportan una parte de certeza, pero solo una parte.
Es verdad que el mundo es peligroso, sobre todo en ciertos momentos y en ciertos lugares, pero también es un lugar donde podemos sentirnos seguros.
Es verdad que somos frágiles, pero querer tomar todas las precauciones posibles es agotador e imposible.
Es verdad que tener cuidado aumenta nuestras posibilidades de supervivencia, pero es inútil convertirlo en una obsesión que alteraría nuestra calidad de vida y nos encerraría en la jaula de la sobreprotección.
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