La vida implica experiencias de todo tipo. Para fluir por ella lo mejor es amar y aceptar todo aquello que aprendemos.
Abrazar los aprendizajes
Ser delicado y cuidadoso con los procesos de aprendizaje,
amar lo que surge y lo que se adquiere en cada momento, aunque a veces
duela, nos reconcilia con partes valiosas de nuestra humanidad.
Amar aquello que se aprende, amar sin la dimensión
que tiene amar a un hijo o a un amigo, sino más bien como acto de
conformidad, de no oposición, de aceptación. De tratar de extraer alguna
semilla fértil de aquello que fue difícil.
Todo puede tener un lugar. Hay quien considera que padecer enfermedades tan graves como el cáncer es lo que genera un verdadero aprendizaje; no obstante, todo en la vida es una puerta abierta para aprender,
desde casarse a tener un hijo o comenzar una nueva etapa laboral. Amar
todos esos variados aprendizajes que se nos plantean permanentemente es
un largo camino con diversas fases.
Cada uno tiene unos tiempos y procesos para avanzar en ese viaje. Si
algo le sucede a un hijo o a la pareja, eso nos sumerge en una especie
de remolino emocional interno. Recuperarse de esa vivencia y poder emprender el camino de nuevo –separándose un poco del dolor para poder continuar–, suele requerir más tiempo que, por ejemplo, una mala experiencia laboral.
En vez de perder mucho tiempo en quejas, en preguntarse ‘¿por qué a mí?’, resulta más valioso aceptar que eso ha sucedido, ha venido y hacerle espacio.
Eso sí, sin forzar nada. Hay personas que viven una pérdida reciente y
al poco tiempo ya hay quienes les preguntan qué aprendieron, sin tener
en cuenta que este proceso natural requiere tiempo, que no se puede
imponer ni presionar desde fuera.
Muchas personas que han vivido experiencias muy complicadas aprenden a no identificarse tanto con ciertas facetas de su identidad. Con ello se quedan más vacías, más livianas, y también, por paradójico que resulte, más luminosas y llenas de vida.
Caminar por ese aprendizaje que nos depara la vida cuesta más o menos
en función de las expectativas que se tengan; si son positivas, si sabemos que de nuestro esfuerzo
saldrá algo bello, resulta más fácil atravesar el dolor.
De bienvenida a las cosas tal como estas se manifiestan.
Cómo amar y aprender
1. No anclarse en el dolor
Cuando una enfermedad es grave y amenaza la existencia nos pone cara a
cara con nosotros mismos. Y aunque el primer sentimiento puede ser de rabia y de injusticia y nos preguntemos por qué nos ha tocado lidiar con eso, no es aconsejable perder demasiado tiempo ni energía en este proceso.
Cuando al Dalai Lama le preguntan cómo lo hace para
no estar enfadado con China, suele responder que ese país ha hecho tanto
daño a su pueblo que no está dispuesto, encima, a regalarles su rabia todo el tiempo. Todos tenemos heridas y hemos atravesado experiencias dolorosas.
Ante ellas podemos o bien quedarnos anclados en el sufrimiento o bien abrazar esas vivencias aceptándolas, lo que no quiere decir resignándose.
2. Dejar atrás el miedo a cambiar
Con frecuencia aguantamos en posiciones que nos lastiman vitalmente, sin atrevernos a movernos, por miedo al dolor que creemos que vendrá.
Tememos soltar, variar de posición, sin darnos cuenta de que así ya estamos sufriendo. La flexibilidad es una cualidad esencial para asumir los aprendizajes de la vida.
Permite cambiar y adaptarse a las situaciones, abandonar la obstinación
de enrocarse en un punto de vista que tal vez sea equivocado u
obsoleto.
Algunos comportamientos interiorizados durante la infancia, pese a que no funcionan, se siguen repitiendo. Un ejemplo sería gritar para que el otro responda. Y si no lo hace, quizá gritar más, sin cuestionarse si gritar es el camino.
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