Un buen adiós es aquel que nos permite quedar de frente a la vida, y no de espaldas, como ocurre cuando permanecemos aferrados al pasado o con las manos ocupadas con unos balones que nos impiden tomar otro que nos permita experimentar un nuevo juego.
Un buen adiós es, en definitiva, sinónimo de desapego. Y el desapego,
el saber soltar, es a menudo una gran prueba de amor. Amor a un hijo,
para dejarlo ser un individuo autónomo. A una persona querida que se va
de la vida, para no interrumpir los ciclos de la existencia.
El buen adiós nos ayuda a reconocer que aquello que dejamos atrás ha contribuido a ser quienes somos. Un
buen adiós –también cuando la otra persona ha muerto–es aquel en el
cual, incluso en medio de la tristeza de la despedida, podemos reconocer
lo que nos nutrió y nos permite sentirnos íntegros después de soltar,
porque en cada situación o en cada relación hay algo que se ha
incorporado a nosotros y que, aunque aún no lo reconozcamos, nos ha
hecho crecer. Nos ha hecho cambiar.
Las personas que pueden despedirse con un buen adiós son más capaces de
comprometerse totalmente con los demás de una forma realista, fresca y
significativa.
Cuando nos desapegamos, nuestro corazón queda impregnado de amor hacia aquel o aquello de quien lo hacemos. Cuando nos negamos a soltar, no es el amor lo que predomina en nuestro vínculo
sino el temor a perder aquello a lo que nos aferramos y, con ese temor,
el sufrimiento. No soltamos porque tememos sufrir y sufrimos por no
soltar.
¿Ha llegado la hora de decir adiós?
El sufrimiento, justamente, es un indicador. En las situaciones de apego, alguien sufre; si no somos nosotros, es el otro. Y cuando ese sufrimiento se manifiesta,
se reitera y se estaciona, es tiempo de soltar. Cuando percibimos que,
en una determinada situación o vínculo, nos estamos estancando y que,
aunque intentemos algo diferente, el estancamiento perdura, es momento
de soltar.
Cuando el apego ya no tiene más razón que el hábito y no aparecen propósitos que den sentido y trascendencia, es el momento de soltar.
El apego es una prueba de no
aceptación, de no admitir que las cosas son como son. La aceptación es
una capacidad de las personas maduras, de quienes sienten que, no siendo
completas ni perfectas, están en condiciones de valerse por sí mismas.
Estas personas han aprendido a soltar a partir de circunstancias
diferentes, ya que han aprendido nuevos y valiosos recursos existenciales de las despedidas, incluso de las que son dolorosas.

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