Ama y aprende de lo que te depara la vida en cada momento
La vida implica experiencias de todo tipo. Para fluir por ella lo mejor es amar y aceptar todo aquello que aprendemos.
A lo largo de la vida vamos hallando en nuestro camino un sinfín de
vivencias. Algunas las abrazamos rápidamente porque nos alegran, como el
nacimiento de un hijo o una nueva y bella amistad. Otras, en cambio,
nos cuesta aceptarlas, porque nos han herido, como la pérdida de un ser querido.
Si el dolor es profundo puede incluso que lleguemos a cerrar nuestro
corazón intentando protegernos. Si bien en un primer momento ante una
experiencia que nos ha lastimado –una enfermedad, una ruptura amorosa o
un despido laboral– es totalmente normal y legítimo intentar apartarla,
oponerse demasiado tiempo a aquello que la vida depara puede llevar a
instalarse en posiciones de rechazo, de sentimientos de injusticia, tal
vez de rencor o de rabia, que son las galerías del sufrimiento humano.
Y así dejamos de crecer como personas y de
enriquecer nuestro abanico de experiencias. "Llegar a apreciar o a
aceptar, a incluir en nuestro corazón, las experiencias que hemos
tenido, incluso aquellas que fueron difíciles, es a la larga una buena
estrategia. De esta manera también nos mantenemos más abiertos a la vida
y nos enraizamos más en nosotros mismos.
Intentar aceptar y apreciar las cosas complicadas
que nos suceden no implica que dejen de hacernos daño. Pero no se trata
tanto de no luchar como de aceptar y seguir avanzando. En el fondo, es
cuestión de agradecer aquello que nos va ocurriendo e ir soltando
lastre, para moverse sin carga.
Porque tomar consciencia y dejar ir genera amplitud, espacio para observar. A partir de ahí se puede elegir qué hacer, qué pasos dar, dónde poner la mirada.
Abrazar los aprendizajes
Ser delicado y cuidadoso con los procesos de aprendizaje,
amar lo que surge y lo que se adquiere en cada momento, aunque a veces
duela, nos reconcilia con partes valiosas de nuestra humanidad.
Amar aquello que se aprende, amar sin la dimensión
que tiene amar a un hijo o a un amigo, sino más bien como acto de
conformidad, de no oposición, de aceptación. De tratar de extraer alguna
semilla fértil de aquello que fue difícil. Porque entonces sí que puede
brotar amor, que no es tanto un estado emocional como una actitud de
acogimiento, de bienvenida a las cosas tal como se manifiestan.
Todo puede tener un lugar. Hay quien considera que padecer enfermedades tan graves como el cáncer es lo que genera un verdadero aprendizaje; no obstante, todo en la vida es una puerta abierta para aprender,
desde casarse a tener un hijo o comenzar una nueva etapa laboral. Amar
todos esos variados aprendizajes que se nos plantean permanentemente es
un largo camino con diversas fases.
Cada uno tiene unos tiempos y procesos para avanzar en ese viaje. Si
algo le sucede a un hijo o a la pareja, eso nos sumerge en una especie
de remolino emocional interno. Recuperarse de esa vivencia y poder emprender el camino de nuevo –separándose un poco del dolor para poder continuar–, suele requerir más tiempo que, por ejemplo, una mala experiencia laboral.
En vez de perder mucho tiempo en quejas, en preguntarse ‘¿por qué a mí?’, resulta más valioso aceptar que eso ha sucedido, ha venido y hacerle espacio".
Eso sí, sin forzar nada. Hay personas que viven una pérdida reciente y
al poco tiempo ya hay quienes les preguntan qué aprendieron, sin tener
en cuenta que este proceso natural requiere tiempo, que no se puede
imponer ni presionar desde fuera.
Cómo amar y aprender
1. No anclarse en el dolor
Cuando una enfermedad es grave y amenaza la existencia nos pone cara a
cara con nosotros mismos. Y aunque el primer sentimiento puede ser de rabia y de injusticia y nos preguntemos por qué nos ha tocado lidiar con eso, no es aconsejable perder demasiado tiempo ni energía en este proceso.
Cuando al Dalai Lama le preguntan cómo lo hace para
no estar enfadado con China, suele responder que ese país ha hecho tanto
daño a su pueblo que no está dispuesto, encima, a regalarles su rabia todo el tiempo. Todos tenemos heridas y hemos atravesado experiencias dolorosas.
Ante ellas podemos o bien quedarnos anclados en el sufrimiento o bien abrazar esas vivencias aceptándolas, lo que no quiere decir resignándose.
2. Dejar atrás el miedo a cambiar
Con frecuencia aguantamos en posiciones que nos lastiman vitalmente, sin atrevernos a movernos, por miedo al dolor que creemos que vendrá.
Tememos soltar, variar de posición, sin darnos cuenta de que así ya estamos sufriendo. La flexibilidad es una cualidad esencial para asumir los aprendizajes de la vida.
Permite cambiar y adaptarse a las situaciones, abandonar la obstinación
de enrocarse en un punto de vista que tal vez sea equivocado u
obsoleto.
Algunos comportamientos interiorizados durante la infancia, pese a que no funcionan, se siguen repitiendo. Un ejemplo sería gritar para que el otro responda. Y si no lo hace, quizá gritar más, sin cuestionarse si gritar es el camino.

Comentarios
Publicar un comentario