Las opiniones negativas que escuchamos sobre nosotros durante la infancia pueden calar tanto en nuestra mente que nos impidan cumplir nuestros sueños.
En la niñez, debido a la naturaleza social de nuestra especie, atribuimos a los adultos de nuestro alrededor el papel de modelo de referencia. Ellos, nuestro vínculo social más cercano, nos enseñan, a través de sus palabras y comportamientos, la complejidad del mundo.
También nos aconsejan cómo actuar y nos indican lo que se espera de nosotros en según qué situación. Bajo la tutela de nuestros padres, familiares y también, de nuestros profesores, vamos asumiendo como normales determinadas palabras, ideas y conductas. No dudamos de ellas, las reconocemos y nos ayudan a sentirnos seguros.
Sin embargo, esta guía que nos sirve para aprender a adaptarnos a la sociedad, lejos de ser siempre positiva, puede tener un lado oscuro muy limitador. Y es que si los adultos nos transmiten sus miedos y angustias o crecemos rodeados de mensajes negativos sobre nuestra persona y nuestras posibilidades en la vida, nuestra autoestima puede verse gravemente afectada para toda la vida.
Escuchar una y otra vez que somos torpes, tontos o inútiles hace que asumamos estas descalificaciones como rasgos de nuestra personalidad, que las interioricemos como ciertas y acabemos por perder la confianza en nosotros mismos.
Aquellos juicios de valor durante la infancia pueden transformarse en un corsé mental que nos limita en el presente y nos impide movernos hacia metas que nos harían más felices.
Para liberarnos de este lastre debemos tomar conciencia de los muros y de las barreras mentales que otros erigieron en nuestros pensamientos. Es decir, debemos identificar de dónde procede este concepto tan negativo que tenemos de nosotros mismos.
Podemos comenzar prestando atención a las palabras que utilizamos para autocalificarnos en aquellas situaciones que nos bloquean. Estas expresiones nos servirán para identificar a los personajes del pasado que nos las asignaron. ¿Reconoces si alguna de estas frases procede de algún familiar o profesor? Seguro que puedes recordar alguna situación donde se referían a ti de esta forma.
Analizando estos calificativos podrás dilucidar si realmente tú eras como te nombraban o si fueron sus prejuicios los que hablaron por ti.
Nos repetimos “no soy capaz” o “soy torpe” pero estos pensamientos no tienen una base real: derivan de los prejuicios de nuestros mayores, de unas palabras negativas que acabaron por cristalizar en nuestro interior configurando una realidad restrictiva para nosotros.
Cuando nos percatamos de que estas ideas no corresponden a la realidad y de que nos las implantaron desde el exterior, se produce un cambio muy potente dentro de nosotros. Comprendemos que nuestras supuestas carencias no estaban inscritas en nuestro ADN, que no son reales y que nos fueron impuestas.
Saber que nuestros pensamientos limitantes no vienen inscritos en nuestra genética, sino que derivan de aprendizajes culturales, significa que siempre estamos a tiempo de desaprenderlos para lograr hallar nuestro propio camino. Una vez tengamos identificado el origen de nuestras barreras mentales, podremos trabajar para extirpar estos pensamientos nocivos de nuestro presente.
A medida que nos liberemos del lastre del pasado comenzaremos a sentirnos más en conexión con nosotros mismos. Ya no seremos tan duros y restrictivos con nosotros, nos permitiremos escuchar a nuestra intuición, a nuestra brújula interior, y prestaremos atención a sus mensajes. Esta brújula apuntará hacia nuestras pasiones, hacia aquello que de verdad nos gusta hacer.
Por fin, nuestro verdadero ser, todo aquello que es auténticamente nuestro y no impuesto por los demás, podrá aflorar. Habrá llegado el momento de confiar en nosotros y de seguir nuestro auténtico camino. De perseguir nuestras metas.
PERSIGUE TUS SUEÑOS CONFIANDO EN TI

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