Cuando nos sintamos tristes, no intentemos estar contentos. Y tampoco lo contrario. Aún cuando nos sentimos tristes, si hay cosas que nos generan una sonrisa, una ironía o una broma, no debemos reprimirla.
En el ser humano pueden compaginarse distintos sentimientos sin que necesariamente sean contradictorios. Cada uno tiene su razón de ser por el contexto en el que se dan.
Aceptemos la tristeza sin ceder a ella para que no nos acabe venciendo.
Permítete vivir el duelo
Si la pena es por la pérdida de un ser querido, vivamos la tristeza como un homenaje. Seamos capaces de vivir esa tristeza como un pequeño homenaje a quienes fueron importantes para nosotros. Y después dejémosla ir sin miedo: no nos aferremos a ella tratando de atrapar por más tiempo al ausente. Los recuerdos siempre permanecen.
Aprende del dolor
Aprovechemos las marcas que deja la tristeza para crecer como
personas. La melancolía puede ser la protagonista de un grave trastorno,
pero las marcas que han dejado las pérdidas irrecuperables también pueden servirnos de inspiración creativa. Además, pueden abonar al mismo tiempo el sentimiento de empatía por quienes las sufren.
Mantente alerta
Estemos atentos a las primeras señales que indican que la tristeza nos está venciendo.
Si comenzamos a sentir que nuestra vida no tiene sentido, que el mundo podría prescindir de nosotros o que somos un bicho raro sin remedio, si nos vamos retirando de todo y todos los que nos rodean... ¡alerta! Podríamos estar entrando en una depresión.
El desánimo, el cansancio, el insomnio y la angustia nos dejan sin fuerzas.
Revisemos las relaciones que establecemos con las
personas de nuestro entorno. Veamos si se están produciendo situaciones
muy tensas y exigentes, sea con la pareja, el trabajo, familia, amigos, o
con varios a la vez. Puede que las relaciones tóxicas estén mermando nuestro yo, nuestra personalidad, y nos estemos retrayendo hacia adentro.
Independízate de los juicios ajenos
Aprendamos a relativizar las opiniones que los demás puedan tener de nosotros. Nos constituimos, en parte, por la imagen que nos devuelven los otros (padres, hermanos, compañeros...). Esa representación que nos es devuelta es totalmente parcial, solo refleja algunos de los rasgos que llegamos a manifestar hacia fuera.
Pero, además, debemos recordar que el sujeto que tenemos enfrente,
aquel que puede opinar o decir algo sobre cómo somos, es también otra
persona atravesada por su historia y sus limitaciones. Su percepción está distorsionada por sus propios intereses y condicionantes, lo cual hace que su objetividad sea nula.
No dejemos que nadie, sea quien sea, acabe machacando nuestra identidad.
No otorguemos un excesivo protagonismo a los comentarios
de un jefe déspota, un cónyuge insatisfecho, una familia que no puede
sentirse cuestionada, o unas amistades que quizás no lo son tanto.
Pueden ser, precisamente, los menos indicados para saber la complejidad y
amplitud que define al ser humano.
No creamos que no encajar dentro de un perfil profesional
invalida nuestras capacidades laborales. Del mismo modo, no encajar
dentro de un perfil amoroso tampoco nos hace incapaces de sentir afecto.
Nuestro potencial está dentro.

Comentarios
Publicar un comentario